lunes, 23 de septiembre de 2013

Instante y eternidad

Me gusta pasear de noche por las ciudades fantasma. Quizás cuanto más fantasma, mejor. Quizás por eso me encantaba vivir en el campus de la universidad, porque las noches de los sábados eran dueñas de las sombras y el silencio. De ese frío de invierno que calaba hasta los huesos  te dejaba en medio de la nada, de esa eternidad dueña de las ausencias de luz, sonido y almas.

Quizás perdí todo eso, ese yo que se quedaba mirando las estrellas hasta que el sueño te consumía, ese yo de poesías perdidas escritas a la nada y canciones de rabia contra todo porque no tenía nada contra lo que enfocarlo, ese yo de perderse en palabras que sólo yo entendía, ese yo de las eternidades.

Quizás viví de instantes. De instantes que quitaban el aliento, de instantes que mataban miradas que a su vez mataban las eternidades... de instantes de lija y terciopelo. De instantes que venían uno tras de otro, alborotándolo todo hasta que, de repente, cuando los instantes acabaron, me daba cuenta de que sólo había pasado un instante más...

Y quizás ahora esté ahí, entre instantes y eternidades, sin saber qué elegir ni a quién trasegar. Quizás los instantes son sólo eternidades borrachas.

Quizás la vida sea eso: instantes y eternidades.

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