jueves, 20 de junio de 2013

Señores de la Guerra

- ¡¿Quién os creéis que sois, llamando así a mi puerta?! - exclamó el Señor. - ¡Hay niños en esta casa! ¡Niños que intentan dormir! ¡Y los están asustando! ¡¿Acaso no tienen vergüenza?!

Los gritos cesaon, de golpe, como si un sútil hilo de pensamiento en enjambre conectara a la muchedumbre. Todos se miraron entre ellos y, entre algún murmullo y gesto de asentimiento, un hombre surgió de entre el resto y avanzó hasta situarte frente a frente con el Señor, sólo separado por la barrera de cristal infranqueable que aislaba su casa del resto del mundo, tan invisible a primera vista como eficaz en su función.

- ¿Vergüenza, mi Señor? - preguntó el hombre. Era canoso y las arrugas le surcaban la cara, envejeciendo un rostro que apenas llegaría a los cuarenta y poco años de edad. Estaba delgado y sus ojos parecían cansados, pero firmes, al igual que su cuerpo, que se resistía a parecer tan débil como la piel que lo cubría, y se erguía, entre orgulloso y desafiante, entre la muchedumbre y el Señor y su indestructible barrera.

- ¡Sí, vergüenza! - gritó éste. - ¡Dejen en paz a mi familia y vuelvan con la suya a sus casas! ¡No tienen vergüenza! ¡No la tienen!

El hombre suspiró, cerró los ojos y, lentamente, se los frotó. Tras eso, tomó asiento en el pavimento y clavó su mirada el opulento Señor antes de empezar a hablar.

- Primero fue mi sueldo. Me lo fueron quitando poco a poco, así que cada vez podía llevar menos comida a mi casa, una casa que día a día me costaba más pagar, porque mientras que a los bancos a los cuales yo pago se les daba miles de millones, se me sustraía del sueldo el dinero destinado a pagar a dichas entidades.

Después fue mi trabajo. Entero. Mi sueldo desapareció, y con él la comida que podía darle a mis hijos. Tuve que arrastrarme por comida. No ya para mí, sólo para ellos, mientras intentaba encontrar alguna forma de trabajar, aunque fuera de Sol a Sol, para poder mantener lo poco que tenía. Pero no lo encontré.

Así que lo siguiente fue mi hogar. No gran cosa, un pequeño piso en las afueras. Ahora mis hijos, que apenas podían comer, tampoco tenían casa propia, así que tuvimos que ocupar una. Duró poco tiempo, porque nos echaron a palos, de la misma que hicieron con la primera. Encontrar trabajo era ya imposible, pues el piso se fue, pero la deuda con el banco se mantuvo. ¿Cómo puede ser que pueda seguir debiendo el dinero que me prestaron para pagar un piso a las mismas personas que ahora tienen mi piso? ¿Quieren cobrar el piso y lo que vale el piso? ¿Con qué derecho? Bueno, es algo que no consigo comprender.

No mucho más tarde nos quitaron la justicia y la educación. Antes era gratuítas, pero de repente hay que pagar. Tasas creo que le llaman ustedes. Tasas que empezaron siendo bajas y que ahora se han convertido en un marcador de privilegios de los más privilegiados.

¿Y la sanidad? Pensé que al menos si a mis hijos les pasaba algo podrían ser tratados adecuadamente en un hospital, pero no hace mucho una chica, de otro país, que conozco fue denegada en un hospital. No podía ni había podido nunca pagar. Vino buscando una vida mejor y ha acabado arrastrándose, igual que en su país, pero ahora rodeada por desconocidos que la tratan de sanguijuela del sistema. ¿Cuanto tardaremos mis hijos y yo en ser "sanguijuelas del sistema"? ¿Cuanto tiempo más debe pasar sin que pueda pagarle nada al gobierno para dejar de tener derecho a vivir?

Así que aquí estamos. Sin trabajo, sin vivienda, sin educación, sin sanidad, sin justícia, sin dinero, sin comida... ni para mí, que soy al que menos le importa, ni para mis hijos, que son mi único legado, mi único futuro, mi única huella.

¿Y usted nos pregunta por qué estamos aquí, aporreando a sus puertas y despertándole a usted y a su família, desafiando a su muro infranquebale de cristal y sin la menor voluntad de movernos aunque grite "fuego" a los perros que tiene de guardaespaldas?


Yo sé lo explicaré, porque es muy sencillo de entender:

Porque cuando me lo quita todo a mí, lo único que quiero es llorar escondido en un rincón. Ésa, mi Señor, habría sido una buena estrategia por su parte.

El problema, mi Señor, es que se lo ha quitado todo a ellos. A mis hijos. A mi legado. A mi vida.

Y quitándoselo todo a ellos, nos ha quitado a nosotros, sus protectores, lo único que no debería habernos quitado: el miedo."

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