lunes, 10 de octubre de 2011

El Gran Árbitro (Primera Parte)

El Mago permanecía sentado, inmóvil, con la mirada gacha, los codos apoyados en las rodillas, y la cabeza reposando en sus manos entrelazadas. Su túnica, oscura, vieja y raída, se plegaba sobre la superficie de su cuerpo, ocultándolo. Ocultando un cuerpo que  escondía tantas heridas que había perdido la cuenta.
Sabía que ninguna de esas heridas era físicamente real, pero ahí estaban. Por alguna razón, su alma se había revelado sobre su cuerpo. Claro, allí no tenía secretos. No podía tenerlos.
Oía voces en la sala contigua, pero no las escuchaba. Seguía inmerso en una calma absoluta. Su respiración era lo único que, a oídos de alguien extremadamente atento, podía delatar que, en realidad, el pánico le consumía por dentro.

¿Y si no lo conseguía? No, no, iba a conseguirlo. Tenía que conseguirlo. Tenía que volver. Tenía que volver a verla y tenía que hacer la única y más importante tarea que le había quedado pendiente.

Unos pasos resonaron a su izquierda y el Mago levantó la cabeza. 

Un individuo de forma humanoide, alto (debía medir más de dos metros), de piel grisácea y grandes ojos verdes, se acercaba  a paso firme. Vestía un uniforme completamente blanco, impoluto. A pesar de la presencia de la gorra, también blanca, se adivinada su calvicie.

Cuando el individuo estuvo delante del Mago, sonrió, mostrando dos largas filas de afilados dientes, y habló:

- Bien. Ya es la hora. ¿Estás nervioso?

Contradiciendo sus propias entrañas, el Mago negó con la cabeza. El humanoide rió.


- Sí, sí que lo estás. Todos lo están siempre. Pero tranquilo, el Gran Árbitro es justo. Te escuchará, te comprenderá y emitirá un juicio justo.

La expresión "juicio justo" le provocó una sonrisa socarrona. El humanoide, sin, al parecer, haberse percatado, abrió la puerta de la sala contigua. Y el Mago entró. La luz le cegó y cerró los ojos. Al otro lado, una infinidad de formas de vida le observaban con desprecio. No podía verlos, pero podía sentirlo, ese desprecio que tan bien conocía.

- ¿Alguien lo ha logrado alguna vez?

- No.

El Mago sonrió. Ya había ganado.

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